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¿Hay que desindustrializar Argentina?
Publicado 23 febrero 2017



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En un reciente artículo denominado Desindustrializar Argentina publicado por el economista Adrián Ravier en el diario argentino El Cronista Comercial[1], el autor, doctor en economía aplicada, realiza un planteamiento que por rocambolesco que parezca, puede que sea de lo más digno de atención que se haya escrito en materia económica en los últimos tiempos.

Ravier arranca se artículo con un diagnóstico sorprendente: Argentina padece un “exceso de industrialización”. Y para apoyar su temeraria sentencia “demuestra” que el peso de la industria en el PIB es superior al de una serie de países desarrollados. De ahí concluye que la industria argentina es una carga para los demás sectores, que deben sostenerla soportando elevados impuestos, lo que genera informalidad laboral. Por último, propone eliminar “controles de precios y salarios, políticas arancelarias y para-arancelarias, regulaciones y subsidios, burocracia y corrupción”, para dejar de esta forma que los empresarios “de manera espontánea” se adapten a la “robotización”, la “globalización” y a la “era digital”.

Para cualquiera familiarizado con la lectura económica, tales señalamientos asombran, pues se supone que todo proyecto económico en nuestra región busca precisamente industrializar las economías, para poder reducir de esta forma la dependencia externa y evitar que la gente “gaste lo que no tiene”. Es este el problema de lo que se denomina “economías parasitarias” que supuestamente quedan distorsionadas por “el populismo castrador de la iniciativa privada y responsable  de que no se liberen las fuerzas productivas”.

Ahora, dejando de lado ciertas taras que, en efecto, caracterizan a la industria manufacturera argentina y a la latinoamericana en general (concentración oligopólica, atraso y dependencia tecnológica, etc.), lo cierto es que del planteamiento de Ravier pueden hacerse al menos dos lecturas.

La primera y más obvia, es que se trata de un extremismo del librecambismo decimonónico. Esta es la lectura que realiza el muy buen economista también argentino Andrés Asiain en Página 12, quien lo acusa de no reflexionar sobre las consecuencias de la robotización, globalización y la “tercera revolución industrial”. Con todo la razón del mundo, Asiain le cuestiona cómo en sectores como el comercio, la oferta audiovisual, servicios profesionales, financieros, de atención al público, por nombrar algunos, son crecientemente sustituidos por software u ofertados digitalmente desde el exterior. Esto es el resultado de la aplicación del libre mercado en el Siglo XXI, que destruirá empleos, no sólo en la industria, sino que también lo hará en los servicios. Empujando masivamente a la población hacia el desempleo y la informalidad.

Se podría agregar a esta crítica, que obviamente Ravier, es indolente al triunfo de Trump en los Estados Unidos y al Brexit en Reino Unido en cuanto son síntomas de los malestares causados por esta dogmática ultraliberal. Sin embargo, por más verdad que haya en todo esto, creemos posible hacer una lectura más atenta de sus planteamientos.

Así las cosas, de Ravier y sus “locas” ideas puede decirse algo similar a lo que en días pasados Julian Assange -guardando las distancias- comentaba de Trump: que su problema es que se trata de un lobo con piel de lobo. O sea, así como Trump es un presidente y empresario norteamericano cuyo defecto a ojos de la opinión pública es no estar disfrazado con el ropaje multicultural de Obama o el “feminismo” políticamente correcto  de Clinton. Resultado de esto es que se reserva el lujo de decir lo que se le viene en gana revelando lo que en realidad piensa y desea el norteamericano promedio en materia política, racial, sexual, etc. En este sentido, lo que expresa Ravier en su texto, tal vez por exceso de confianza o quizá por déficit de cintura política, es lo que verdaderamente piensan los neoliberales y los resultados que persiguen la aplicación de sus políticas.

Y es que si uno revisa la experiencia latinoamericana en los 80’ y 90’, y se compara con lo que fue esa misma experiencia en los Estados Unidos, lo que sucede en algunos países europeos como Grecia, y por su puesto, con lo que está pasando en la propia Argentina de Macri, habría que convenir que lo que el neoliberalismo causa en nuestros países con su recital de repliegue del Estado (principio de no intervención en la economía) y sumisión de la sociedad frente a los intereses  empresarios (a los que solo estimula la maximización individual de sus beneficios), es precisamente la desindustrialización. De allí que Ravier en su inocencia o cinismo, lo que está haciendo simplemente es decir la verdad del objetivo del neoliberalismo y las políticas desregulacionistas que aún hoy, y pese a haberse comprobado cientos de veces en la práctica que no funcionan para lo que se suponen deben funcionar –estimular las economías- se siguen recomendando y aplicando con la misma energía de siempre.

¿Y cuántos planes de ajuste económico seguido de políticas de estímulo neoliberales se han aplicado y aplican otra vez en Latinoamérica sin resultados positivos?

Todo esto nos lleva a preguntarnos: ¿será que el dogmatismo es tan intenso que no se dan cuenta de su fracaso? ¿O será más bien que tal fracaso es solo aparente en la medida en que en el fondo se procuran otros fines distintos a los manifestados? Por ejemplo: que las economías latinoamericanas se mantengan desindustrializadas o se desindustrialicen las que sí lo están. Si Latinoamérica sigue contando con una matriz productiva primaria, esto las hace receptoras de las importaciones de los monopolios globales, que por lo demás, se han apoderado, y se apoderan, de la poca industria existente.

Nada nuevo bajo el sol dirán algunos, con toda razón: división internacional del trabajo que le llaman. Tal vez Ravier nos haya dado una clave para la respuesta.

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[1] El Cronista es el primer diario especializado en temas económicos y financieros fundado en Argentina a principios del siglo XXI por la familia Perrota. A mediados de los 70, fue vendido al empresario y periodista argentino Julián Delgado, luego que Rafael Perrota, hijo del fundador y en ese entonces su director, fuese secuestrado y desaparecido por la dictadura militar. Delgado, el primero en publicar semanalmente Mafalda en la revista Primera Plana, corrió la misma suerte en 1978. Con el tiempo, el diario fue comprado por el empresario Eduardo Eurnekián, poseedor de la segunda fortuna más grande de la Argentina y quien sigue siendo su actual dueño.


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